sábado, 8 de marzo de 2014

Educación y estética: Compartir cosas que gustan y que producen placer

Educación  y estética:  Compartir  cosas que  gustan y que  producen    placer
Entrevista a   Marcelo Zanelli*    Por Estanislao Antelo     y Ana Abramowski
* Marcelo Zanelli es licenciado en psicología
(UBA) y se ha desempeñado en
el campo de las artes (artes visuales,
música, cine) así como en el ámbito de
la educación. Ha obtenido la Beca de
la Fundación PROA para artistas jóvenes
coordinada por Guillermo Kuitca,
ha sido integrante de “Suárez” y ha
participado en películas (Silvia Prieto,
Los Rubios). Actualmente colabora
con Revista “La tía” (Cuadernos
de Pedagogía de Rosario); en
radio como columnista para el
programa “La mar en coche” de
FM La Tribu y forma parte del
equipo de coordinación del Proyecto
de Orquestas Infantiles y
Juveniles de la Ciudad de Buenos
Aires. También integra el Área
Educación de FLACSO, Argentina.
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¿Encontrás relaciones entre estética e infancia? ¿En qué consistirían
estos puntos de contacto?
La estética tradicionalmente está vinculada al uso del placer y a la
apreciación de la belleza, que no necesariamente es lo que se considera
“lindo” que es una bella palabra. Percibir una cosa y atribuirle
una cierta belleza produce placer, un placer, justamente, estético. Una
idea de armonía, algo agradable a la vista y al oído, pertenecería, pues,
al campo de la estética. Por supuesto que esta afirmación no pretende
certificar nada, sólo señala uno de los muchos aspectos y aristas que
se suponen pertenecientes al campo de la teoría. Creo, modestamente,
que sí, que es posible establecer una especie de familiaridad entre
la estética y la infancia, pero no como algo absolutamente consciente
sino como las formas o los elementos propios de un estilo y las maneras
de tematizar un momento del desarrollo humano. No voy a descubrir
ahora lo ya descubierto, pero la infancia como la pensamos y la
vemos en estos días, no existió siempre. En definitiva, lo que intento
decir es que la infancia es una estética para los que estudian y piensan
acerca de la infancia, no para la infancia. Y, por otro lado, que el
conjunto de estilos y elementos con los que nos representamos las
infancias, se ha modificado con el paso de los años.
¿Cómo se inscribe en tu trabajo esa relación?
Mi trabajo, desde hace muchos años, está vinculado a eso que se
denomina estética, básicamente porque me muevo en el campo de
las artes: artes visuales, música, literatura. En ese sentido, si bien
existe una relación, porque la filosofía se ha ocupado de pensar y
escribir sobre el tema, no voy por la vida, ni por los trabajos, pensando
qué relación existe entre lo que ofertamos y la estética. Es algo
más terrenal, incluso simple y a la vez una posición existencial, por
decirlo de alguna manera. La cultura es vasta, y azarosos pueden ser
los encuentros con las producciones humanas. En esa contingencia,
en esa dictadura de la contingencia, como dice un escritor que me
gusta, me interesa compartir las cosas que me gustan y de las que
disfruto. Eso es lo que hago o lo que intento hacer.
Vos realizás gran parte de tu trabajo en el campo de la educación, ¿considerás
que la estética se educa o se!forma?
Francamente no se si se educa, tal vez, en lugar de pensar en términos
estéticos, habría que pensarlo en términos de sensibilidad y
curiosidad. Ahí sí me atrevería a decir que la sensibilidad se educa y
la curiosidad se despierta. Y en ese espacio es donde “entra a tallar”
el lugar que ocupemos como “educadores” o simplemente como adultos.
Como adultos somos responsables de distribuir ciertos bienes culturales
y esos bienes forman parte de un acervo al que podemos adherir
o no, discutir o no, etc., pero dejar de distribuirlo, es otra cosa.
Una salvedad: no alcanza con decirle al “otro” esto es “bello”, porque
¿qué quiere decir eso? No quiere decir nada. Sin embargo, hay un
momento en la vida de toda persona en que algo sucede por primera
vez y no todo lo que es valorado, reconocido, aceptado o subvencionado
por quien sea nos resulta “potable” en el primer intento. Hay
bebidas que no nos gustan de jóvenes y nos resultan agradables de
adultos. De chico, si había una verdurita flotando en la sopa me tenían
que obligar a tomarla y ahora, de grande, me gusta la sopa de verduras.
Ni hablar de las anchoas o del queso con pimienta en grano.
Lo que uno intenta es que el otro
descubra y, eventualmente, disfrute
con ese descubrimiento o se
“enoje” y discuta con eso que se le
está ofreciendo a la vista, al oído,
al pensamiento que es también el
lenguaje. En otro tiempo, más adelante,
tal vez participen del debate
y la disputa desde otro lugar y con
otros conocimientos. Eventualmente,
se quedarán con Tiziano,
Goya o Collivadino, y no por eso
despreciarán el arte pop y, quién
sabe, encontrarán algo gozoso en
un cuadrado negro de Malevich
sin pensar que es una “pavadita”.
No tiene mucha importancia el
qué, sino el cómo y el lenguaje
para pensarse y pensar ciertas
obras humanas. Hay quienes valoran
la complejidad porque consideran
que el “valor” está ahí y hay
quienes “valoran” el gesto y la
expresión sin considerar lo complejo
y de ahí en más todas las
variantes que se nos ocurran. En
todo caso, hacer posible la participación
en el debate o en la lucha
por otorgar significado a las cosas
que hacemos parecería, por el
momento, una buena idea.
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Entrevistas
La estética tradicionalmente
está vinculada al uso del
placer y a la apreciación
de la belleza, que no
necesariamente es lo
que se considera “lindo”.
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¿Qué diferencias estéticas existen
entre las clases sociales?!
Yo no soy un especialista en
encontrar diferencias, pero claro
que existen. No obstante, no es
sencillamente un tema vinculado
a la “clase”, creo. En ese sentido, a
igual sector social corresponden
“gustos” y valoraciones diversas y,
en ocasiones, opuestas. A dos personas
de sectores análogos, por
decirlo de alguna manera, no les
pasa lo mismo frente a una misma
obra. Es difícil responder a esta
pregunta y sospecho que se puede
resolver desde perspectivas diferentes.
En primer lugar, yo pensaría
en los cambios que produce la
masividad en contrapunto con
aquello que llamábamos popular.
Lo popular, por ejemplo, hoy no es
necesariamente masivo. Aníbal
Troilo no es masivo aún cuando se
difunda su música y, en el mismo
sentido, Salgán-De Lío, son de un
refinamiento que suele darse contra
la pared del “gusto masivizado”
que es el de los medios.
Me acuerdo de Petrona, un personaje
de un cuento, “Por los tiempos
de Clemente Colling”, de Felisberto
Hernández. Escribe (este notable
escritor uruguayo) lo siguiente:
“Aunque Petrona no había cultivado
su sentimiento estético en
el arte, en cambio tenía desarrollado
el sentido estético de la vida, en
ciertos aspectos del comportamiento
humano. (Claro que ella no
le hubiera llamado sentido estético.
Tal vez nunca haya pronunciado
la palabra ‘estético’.) Tenía el
concepto de lo que era lindo y de
lo que era feo, de lo que estaba
bien y de lo que estaba mal. Y todo
esto sintetizado en la palabra
“papelón”: se trataba de hacerlo o
de no hacerlo. Tenía una sensibilidad
especial para que ciertos
hechos, le hicieran cosquillas”.
Pienso, de paso, una cosa bastante
evidente: que uno no elige
una cita al azar sino por algún
motivo que puede, eventualmente,
emerger a la superficie y por eso la recordamos: Petrona es la
representante literaria de casi todos aquellos que alguna vez, por primera
vez, pisamos una galería de arte, un teatro, un museo de lo que
sea. A todos los que tuvimos que “aprender” observando cómo “venía
la mano” para no hacer un “papelón” e intentamos esconder nuestra
incomprensión.
Petrona se desternillaba de risa con desfachatez y sin pretensiones
desde su aguda sensibilidad para detectar el gesto y la afectación,
y, también en palabras de Hernández: “Desde su equilibrio, desde
cierta frescura que le daba el no haber sido interferida por ninguna
teoría estética o de alguna otra clase, –que quizá hubiera tentando su
espíritu a quedarse con algo que podía resultar una pequeña extravagancia
o alguna rara predilección– y sobre todo desde su misterio,
observaba a los demás y descubría con gran facilidad, precisamente,
la menor extravagancia a la que una persona se hubiera entregado.
Así que en una reunión de arte, entendía las actitudes que tomaban
los demás. Y entonces su gran posibilidad de burla”.
Estoy tentado de copiar hasta el límite del plagio, pero no lo haré.
No obstante, sí voy a seguir algunas ideas de aquel relato maravilloso
porque de algún modo, al leerlo, como sucede a veces, creí estar
escuchando mis propios pensamientos, esos que uno sospecha o
intuye poseer pero con palabras esquivas e imprecisas.
Personas que exageran “la pose” hay a “rolete”, de “afectados”,
como dice un amigo, pero eso no tiene que ver exclusivamente con
el sector social y que alguien que suspira al escuchar una melodía no
le hace mal a nadie. Cada uno se abandona en el momento menos
pensado y, abandonado por su conciencia para dejar de pensar en sí
mismo, se puede demorar hasta en la pose que menos imagina, aun
en la más extravagante. Habría que hacer un trabajo fotográfico y
registrar las expresiones de los rostros frente a una obra de arte, frente
a una buena paella, frente a una jugada magistral en algún deporte,
frente al último satélite lanzado al espacio o al último modelo de
libro electrónico. El asombro tiene algo análogo al amor, simplemente
nos vemos sorprendidos por él.
¿Cómo habría que formar a los profesores en relación con estos asuntos?
Esta es otra pregunta difícil para mí y lo más probable es que diga
una serie de disparates, aun con buena fe. En primer lugar, podrían ser
“formados” por entusiastas de sus disciplinas. Es decir, por unas especies
de saludables fanáticos de sus campos de trabajo. Eso, de algún
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Entrevistas
Habría que hacer un trabajo
fotográfico y registrar las
expresiones de los rostros frente
a una obra de arte. El asombro
tiene algo análogo al amor,
simplemente nos vemos
sorprendidos por él.
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modo, garantizaría, si no una buena formación, al menos un sugerente
abanico de ofertas que amplíen el campo (o lo concentren) de los futuros
profesores. Alguno podrá pensar, quién sabe, que si algo le gusta
tanto a alguien tendrá sus motivos, y despertarle la curiosidad.
El profesor es un distribuidor de bienes culturales, la índole de
esos bienes, no viene al caso. Por supuesto, habrá que reconocer algo
que creo haber mencionado antes que es la significación que esos
bienes adquieren socialmente y, en ese sentido, para quienes están
alertas en que la formación desemboque en la construcción de una
ciudadanía crítica –que, por supuesto, incluye tanto a profesores
como a estudiantes–, para disputar, debatir, argumentar, adquirir
seguridad, cierto lenguaje es imprescindible y cada campo tiene un
lenguaje, una forma de pensamiento, en definitiva. La formación de
futuros profesores podría, sobre esta base, estar orientada a formar
también consumidores culturales en un sentido amplio que puedan
incluirse en esos lenguajes.
Ahora bien, no se trata de considerar el asunto en términos de utilidades,
en términos de costo-beneficio. A mí me parece que una de
las cosas que no deberíamos perder de vista es el disfrute, el goce, el
placer que se obtiene a veces frente a ciertos objetos de la cultura y
eso no es algo que necesariamente haya que vivirlo a escondidas.
Creatividad es una palabra que se pronuncia mucho en el campo educativo.
¿Qué es para vos la creatividad? ¿Cómo se logra ser creativo?
Esta es otra pregunta complicada porque hay legiones de especialistas
pensando y escribiendo y dando conferencias y seminarios
y talleres sobre la cuestión. La verdad, no tengo idea de qué es la
creatividad, pero es fácil ver qué cosas no lo son. Hoy la vida ofrece
una amplísima gama de ofertas laborales, académicas, deportivas,
etc., contrarias a la creatividad o a lo creativo. El marketing, por
ejemplo, es uno de los campos en los que la palabra ha prosperado
con mayor ímpetu y perseverancia y el efecto derrame de esa constancia
terminológica se ha difundido sobre los más diversos espacios.
La apelación a la creatividad es algo extraña y suele confundírsela
con la inocencia, con la ingenuidad, con la naturalidad con la
que se expresan los niños.
Yo diría más bien lo contrario: uno es creativo cuando tiene el
domino de un lenguaje, cuando puede dominar sus ideas y acciones
respecto de algo, encontrar las palabras o las formas para argumentar
una posición o desarrollar un trabajo y eso, justamente, es lo que
no tienen los niños. Por supuesto
que es asombroso el desparpajo, a
veces genial, de muchos dibujos
hechos por niños, asombrosas
algunas de sus opiniones y maravillosas
muchísimas de sus respuestas
e intervenciones. Ahora si
eso es creatividad y eso es lo que
no tenemos que perder, prefiero
firmar un empate.
Para pensar acerca de la creatividad
me atrevo a recomendar un
texto más o menos breve de Norbert
Elías, “Mozart: sociología de
un genio” en el que se desarma
esa suerte de mito del genial
Mozart porque lo que se revela es
que desde los tres años y hasta los
dieciocho, tuvo que estudiar y
practicar el piano bajo la rigurosa
tutela y mirada de su papá. La pregunta
que uno podría hacerse es
qué hubiera sido de la fantástica e
inusual fantasía musical del joven
Wolfgang Amadeus, sin ese arduo
y fragoso trabajo.
Para terminar, vuelvo al texto
de Felisberto Hernández. Siendo él
un niño, invitado por unas tías
escuchó tocar el piano a Clemente
Collig y el niño, ya grande, recordó:
“Para mí fue una impresión
extraordinaria. Por él tuve la iniciación
a la música clásica. Tocaba
una sonata de Mozart. Sentí por
primera vez lo serio de la música.
Y el placer –tal vez bastante vanidad
de mi parte– de pensar que
me vinculaba con algo de valor
legítimo. Además sentía el orgullo
de estar en una cosa de la vida que
era de estética superior: sería un
lujo para mí entender y estar en
aquello que sólo correspondía a
personas inteligentes. Pero cuando
después tocó una composición
de él, un nocturno, lo sentí verdaderamente
como un placer mío,
me llenaba ampliamente de placer;
descubría la coincidencia de
que otro hubiera hecho algo que
tuviera una rareza o una ocurrencia
que sentía como mía, o que yo
la hubiera querido tener”.
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Entrevistas
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