viernes, 26 de junio de 2015

Cultura y participación

Cultura y participación.                             Autora: Prof. Laura J.I. Serrano*

                                           “La cultura en general es el alma de los pueblos”


   Si hablamos de cultura, Terri Eagleton nos dice que es el conjunto de valores, costumbres, creencias y prácticas que constituyen la vida de un grupo específico.
    Surge por las necesidades de los hombres y su aportación social; después de miles de años ha pasado por muchas transformaciones y ha evolucionado,  ha avanzado desde el salvajismo hasta la era más desarrollada. La transformación y evolución  de la cultura son una función histórica del desarrollo natural humano y a la vez una función del desarrollo cultural en la sociedad, según Emilio Rosemblueth.
    En el marco de pensar a la cultura como una parte  central del capital social, es posible plantearnos ¿cuál sujeto histórico será el objeto de la política cultural futura en nuestro país?

   Esta pregunta  en torno al sujeto histórico portador de la cultura adquiere en los horizontes latinoamericanos un carácter de urgencia; por los procesos de exclusión creciente que han venido sufriendo en las últimas décadas sobre todo en el neoliberalismo global, condenándolos a la pobreza, a la invisibilidad y  a la exclusión.
   Muchas de las biografías de los jóvenes que viven una búsqueda de identidad “alternativa” en medio de la pobreza y la exclusión, están atravesadas por la ausencia de instituciones  “normales” o tradicionales, aceptadas por la sociedad en su conjunto. Estos jóvenes han abandonado tempranamente la escuela, por crisis económica, por una “opción” por la violencia o porque la familia es incapaz de sostenerlos en esta institución.
   Pero si algo caracteriza a los colectivos  juveniles insertos en procesos de exclusión y de marginación en su capacidad de transformar el estigma en emblema  (Regrillo 1991) es decir hacer operar con signo contrario las calificaciones negativas que le han sido imputadas.
    Por lo cual  viendo a este sujeto histórico portador de la cultura actual de nuestro país y en el marco de los nuevos contextos sociales y políticos ya no se puede pensar sólo a la cultura y las políticas culturales como soporte de la integración social y el desarrollo. Nunca como hoy las políticas culturales deben pensarse  en tanto  políticas sociales, al tiempo que nunca resultó tan necesario el atender debidamente las bases culturales de cualquier desarrollo consistente y sostenido.
    En nuestro país existe un sistema Educativo público que fue cimiento fundamental de una sociedad integrada. Pero desde hace décadas y básicamente durante los ¨90 el modelo cultural que le dio sustento está en buena medida agotado y a pesar de los enormes esfuerzos presupuestarios y de innovación tecnológica ha decaído su prestigio social y generado inequidad cuando antes generaba  ascenso social e integración en grandes grupos sociales.
    Sólo desde perspectivas culturales renovadas será posible lograr los acuerdos necesarios para que prospere esta reforma educativa que se viene dando de manera más o menos efectiva en correspondencia con las exigencias actuales que incluye a los jóvenes; a partir de las políticas educativas y  culturales que constituyan una variable del desarrollo para nuestra  sociedad; y acá surge  un nuevo  interrogante de:
¿Qué modelo de relación entre Estado y sociedad resulta más fecundo para el área de la cultura que propicie la participación de los jóvenes?
     Partiendo de  saber que la cultura es acumulativa, por definición se perfila y construye desde tradiciones, lo cual significa asumir acumulaciones, aprender que el mundo no empieza con nosotros, que  las políticas culturales no prosperan ni arraigan desde las escisiones culturales. Los jóvenes no están “fuera” de lo social, sus formas de adscripción identitaria, sus representaciones, sus anhelos, sus sueños, sus cuerpos, se construyen y se configuran en el “contacto” con una sociedad de la que  también forma parte.
   Dijo Bordieu que “la  juventud no  es más que una palabra”, pero lamentablemente los signos contemporáneos parecen indicar que ese sustantivo como lo llamaría Borges, se convierte aceleradamente en la acumulación de adjetivos excluyentes.
   La inclusión del colectivo juvenil que es parte de la construcción  de una  democracia cultural participativa, es posible en nuestro país a partir de las políticas culturales pensadas en tanto políticas sociales de inclusión, de la creación  de un Ministerio de Cultura, de la inauguración en muchos pueblos del interior del país profundo de Casas de la cultura en las viejas estaciones ferroviarias abandonadas que la comunidad puso en valor o el gran palacio de correos reciclado que permitirá a todos y a todas disfrutar de la cultura y así preservar el patrimonio de todos los argentinos para que ya no sea necesario como en otras épocas “llevarle la cultura” o  “educar al soberano”, al pueblo ya que carecía de ella, así como de las facultades de producirla. Para que este nuevo paradigma cultural público, esta democracia cultural permita que todos los ciudadanos puedan ser productores de bienes artísticos,   ya que  a la cultura la producen  los pueblos y que no se siga circunscribiendo el termino CULTURA a la producción artística e intelectual y a los bienes tangibles monumentales que representan, restituyendo presencia a los poderes hegemónicos del  pasado, que dan continuidad histórica a dichas hegemonías con la lógica percepción del campo de la cultura como un coto cerrado, distante y  por ende lujo suntuario.
    El legado de las culturas populares, que da memoria y cuenta de las luchas y los sectores que las construyeron, no es muy incluído y debería serlo.
   Porque los materiales con  los que hicieron sus obras tangibles son perecederos y su mayor riqueza se encuentra dispersa en los bienes intangibles: mitos, leyendas, fiestas populares, tradición oral, canciones, coplas y refranes, todo lo cual es confinado al “folklore”, pero no debemos olvidar que el gran patrimonio de las culturas populares se ha nutrido a lo largo de nuestra historia de la cultura erudita pero de manera más notoria de la llamada cultura de masas.
   Por eso no debemos olvidar que entre ambos universos  cultura erudita y cultura popular se encuentra  la de mayor incidencia  en nuestros tiempos actuales, los medios de comunicación y en primer lugar la T.V. que en el campo de la cultura construye cotidianamente las identidades, los sentidos y los imaginarios colectivos, básicamente de los niños, adolescentes y jóvenes. En este punto fue muy importante para nuestro país la Ley de Medios que permitió que el territorio de los medios masivos de comunicación  y las industrias culturales pasaran a formar parte de lo público, dejaran de ser competencia exclusiva del sector privado manipulador de contenidos; designando a la cultura como “ Forma de convivencia”, remitiendo a la cultura de las relaciones sociales, asociada a la noción de ciudadanía y a la revalorización del espacio público ( Arizpe 1999) pero también  revalorizando  el Capital Social ( actitudes, prácticas y disposiciones de los individuos y grupos) entre ellos la confianza, el grado de  asociabilidad, las capacidades de colaborar  entre sí y de innovar que son factores culturales determinantes del desarrollo de las comunidades. (Klisberg y Tomassini 2000)

   Podemos concluir  en que se necesitan políticas culturales activas, con impulsos renovadores y reformadores, con una fuente reivindicación  del espacio de la política para que la construcción de una Democracia Cultural Participativa sea posible, con el convencimiento de que la cultura no sólo es un recurso a explotar, sino una fuerza que crea, que provoca, que incita a la participación y al enriquecimiento de la vida cotidiana de los ciudadanos, que pese a los intensivos procesos de expropiación simbólica, nuestra cultura resistió: la arrogancia de los tecnócratas, la represión de las dictaduras y la destrucción de los fundamentalistas del mercado y ahora más que nunca alimenta el imaginario de la justicia social, la revalorización del espacio público y la voluntad de construcción de un proyecto colectivo, motivándonos a volver a creer que el cambio es posible. Son los pobres  e indigentes y de manera prioritaria los niños y jóvenes quiénes necesitan planes culturales destinados a restituirles identidad, autoestima, conciencia de sus derechos, capacidad de comunicarse, expresarse y crear, actuar para construir un presente y un futuro mejores fortaleciendo su resiliencia.
   Con el Estado Nacional como garante en el duro camino de reconstrucción emprendido, teniendo a la cultura como una poderosa herramienta de inclusión social y el signo distintivo de nuestra voluntad de constituirnos en Nación.

BIBLIOGRAFÍA:
·         Arizpe, Lourdes (1999); “El objetivo de la convivencia”, en AA .VV. “Informe Mundial sobre la Cultura”, UNESCO-CINDOC, Madrid, España.

·         Bourdieu, Pierre (1988);  “La distinción. Criterio y bases sociales del gusto”, Altea, Taurus, Alfaguara, Madrid. 
·         Eagleton, Terry. “La idea de cultura”, Paidós, Barcelona, 2001.
         Klisberg, Bernardo y Tomassini, Luciano (2000), Comp, VV :AA. “Capital social y cultura : claves estratégicas para       el desarrollo”, BID, Fundación Felipe Herrera, Univ. De Maryland, FCE, Buenos Aires

        
       Rosemblueth, Emilio. “Razas culturales”, El colegio Nacional, México, 1982.

·         Zallo, Ramón (1992); “El mercado de la cultura. Estructura económica y política de la comunicación”,   Donostia (Gipuzkoa).


·         Autora: Profesora Laura J.I. Serrano, Postgrado en Ciencias Sociales FLACSO , Profesora especializada en educación Preescolar, Maestra Normal Superior, ISFD N° 3.-2015-La Pampa- Argentina.